espacios utópicos, lugares imaginarios

El espacio se ha vuelto un bien valorado, no tanto por su precio como por la imposibilidad de pagarlo. Se vuelve utópico no por la idealización de una urbe perfecta, como soñaron muchos arquitectos a lo largo de la historia, sino porque la consumación  de la posesión se aleja cada vez más de las posibilidades reales. Si la Utopía es esa gran escurridiza que mantiene en tensión el deseo, que funciona como un gran motor de realizaciones individuales y colectivas, cuan simple hemos devenido y que nivel de involución experimentamos como cultura dominante, que la posibilidad de un espacio propio se ha transformado en Utopía (no ya la de una sociedad más justa, ni la de los derechos humanos como praxis y ni mencionar la libertad, que resultan del todo anacrónicas, al parecer). Admitámoslo el instinto se mezcla con la cultura del bienestar, se estrecha la franja entre naturaleza y cultura hasta casi pasar desapercibido, ha hecho mella en nosotros, que infelices nos sentimos por no poseer una casa propia, o cuanta desesperación nos produce que nos condenamos a perpetuidad con  instituciones financieras (bancos).

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