misantropía


El espacio propio, la casa, es un refugio.Al parecer esto es una máxima, o un lugar común que muchos se han volcado a resolver como quién intenta descifrar el enigma de toda una existencia. Sin embargo desde el lado equidistante podemos plantearnos otra pregunta ¿de qué nos refugiamos? ¿de qué me protejo? No me parece tan importante el cómo y mucho menos el por qué, sin embargo siento un morbo absoluto por el ¿de qué?.
Si salto por encima de lo básico (intemperie, alimañas o depredadores) que aparentemente nos queda muy alejado en el tiempo, no encuentro una razón lo sufientemente lógica para explicar el ostracismo (¿o sería más correcto hablar de enclaustramiento?). Es algo menos rudimentario, complejo en cuanto a la necesidad vital de alejamiento, distancia para desvincularse y ser observador y, al mismo tiempo, la ineludible implicación que se siente, de tal manera que es preciso el distanciamiento para subsistir. A pesar de este intento por contestar a mi pregunta creo que la respuesta la expresó Jean Paul Sartre con claridad y exactitud: "el infierno son los otros".
Existe una suerte de leyenda urbana (aunque mi madre jura y perjura que es cierto yo no logro recordarlo), en la que se afirma que de niña, mientras iba sentada en el cochecito, hacía ademanes con las manos para quitar a la gente que tenía delante o se cruzaba a nuestro paso. "Era un espectáculo digno de ver”. La escena: mi madre apurada, mi hermana sentada en el apoya pies y yo inclinada hacia adelante dando manotazos al aire ignorando por completo mi pequeñez. Hilarante mi determinación es cierto, pero aterrador el presagio de la misantropía.

CC

No hay comentarios:

Publicar un comentario